Sin Patria, sin Dios y sin Destino
Sin Patria, sin Dios y sin Destino
Antonio Trejo
 
Cualquier ejercicio prospectivo sobre la conducta de los jóvenes mexicanos hacia la segunda mitad del siglo XXI, basado en los reportes gubernamentales o privados, o cualquier fantasía puede configurar un panorama sombrío de la marcha de este sector de la población –que algunos podrían definir como apocalíptico, carente de sentido y desarraigado, con un fuerte narcisismo y una desvinculación de la sociedad– conforme se acerca el momento de que sus generaciones asuman la dirección del país.
 
Es verdad de que la juventud de cada siglo es diametralmente distinta a la de una centuria atrás, y casi antagónica a la de hace doscientos años o más, pero hay ciertas conductas que los igualan, como su sentido de rebeldía, la acusación de los mayores sobre el desperdicio del tiempo, su visión iconoclasta, su falta de respeto hacia los mentores y padres, y la carencia de sentido hacia el porvenir.
 
No obstante, ellos mismos son los actores de los grandes acontecimientos de la humanidad, pues cada generación está llamada a superar a la que le precede, a ser mejor, y esa es la íntima convicción de todo verdadero profesor o maestro, porque es así como la humanidad ha transmitido sus conocimientos a lo largo de más de cinco mil años que tiene de existencia
 
Pese a este atisbo de esperanza, en muchos casos la perspectiva no es alentadora, en Europa se registran múltiples casos de agresiones en los colegios, abuso de drogas y sexo –vistos como signos de “modernidad”– la exaltación del nacionalismo, la falta de solidaridad hacia los más necesitados, racismo y segregación. Los jóvenes de las sociedades opulentas –que lo mismo pueden ser norteamericanos– se desvinculan de lo social y privilegian el narcisismo y el hedonismo.
 
Especialmente en el viejo continente parecen decididos a formar a seres sin patria, sin Dios y sin convicciones, donde da lo mismo ser musulmán que cristiano, donde los viejos valores son sustituidos por la amoralidad, el agnosticismo y la intolerancia, y sólo se rigen por lo que se ha dado en llamar la “corrección política”, donde para no ofender a los inmigrantes deben dejar de identificarse consigo mismos, no importando que con la “alianza de civilizaciones” se desprecien los más de 15 siglos en los que el cristianismo conservó la cultura occidental ante el acoso de los bárbaros y el desmoronamiento del mundo antiguo.
 
Su ideal de juventud es privarlos de toda religión o pensamiento trascendente, lo que supondría el fin de los cultos monoteístas. Con ello las grandes religiones abrahamánicas por fin serán desechadas y con ellas desaparecerán los atavismos patriarcales y machistas. La ciencia posmoderna –incapaz ya de garantizar por sí misma el bienestar a través del desarrollo– será la única regla de pensamiento, por lo que será un dictadura de las transnacionales y tecnócratas, donde los científicos serán los sacerdotes del progreso.
 
Los chicos no se preocuparán por qué hay más allá de esta vida ni tampoco en ésta, tampoco se complicarán con la búsqueda de la trascendencia, pues todo se queda aquí, no hay nada ajeno a este presente, todo acaba con la muerte.
 
No habrá educación y desaparecerán las escuelas y universidades, y el conocimiento sólo servirá para hacer dinero, conseguir placer y vivir este día. Carecerán de ideología, y no habrá ni siquiera política.
 
Tampoco tendrán pasado, porque el ayer no interesa, las gestas de los padres y antepasados no tienen valor alguno; lo que importa es lo nuevo. Las tradiciones de los viejos, el cine en blanco y negro, las mismas raíces de Occidente serán quemada en público porque quitan espacio para las nuevas máquinas, y se satanizarán los libros al ser políticamente incorrectos al estar hechos de papel, de celulosa de madera, pues atentan contra la naturaleza. El libro es antiecológico y poseer una biblioteca es inmoral al haber sacrificado miles de árboles que purificarían el aire.
 
Será una sociedad utópica donde no habrá pobres ni enfermos, ni tullidos, ni locos, y no habrá viejos porque todos estarán en asilos donde no afeen el paisaje. Además, para qué filosofía, ciencias sociales, historia o teología, todo ha de ser sacrificado por el pensamiento matemático al servicio de la tecnología, la nueva religión oficial. La moral y la ética serán disciplinas del pasado y se referirán a ellas como cuando en la Edad Media se practicaba la magia y la astrología.
 
Para qué hablar de droga y sexo sin restricciones, si son ya una realidad. Cualquier sustancia puede conseguirse con entera libertad por Internet, sin receta médica y en la cantidad que se desee, en tanto que los portales pornográficos dan rienda suelta a todas las fantasías posibles “de manera virtual”.
 
Será un nuevo comienzo, la edad dorada en donde los jóvenes por fin habrán superado a sus padres, remontando sus atavismos y preocupaciones metafísicas, inútiles. Pensarán que inventan un universo nuevo, y estas palabras sonarán tan antiguas como los versos de Quevedo o los poemas del siglo de oro; será el fin de la civilización.
 
 
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